SARABANDA

Entreabierto apenas el antiguo portón de encino
el aniquilante zarpaso de aromas:
     querosén untado al recuerdo,
     bálsamo en la herida,
     aromas íntimos e intimidades compartidas
     (Tabaco, sonrisas y puñal presto)

Los aromas de los barriles
como aleteadas de ángeles arriban,
exaustos de caricias y besos.
El umbral dibuja otro siglo, otras glorias y otro olvido;
sobre el amorfo ronroneo de voces
tres guitarras desgarran, como cuchilladas al aire
a la abulia entristecida 
a la sonrisa burlona.
A palmoteo encendido hilvanan profecía.
De un tablado enegrecido por la eterea plenitud
una hermosa silueta aparece chispeando
a la luz de los candiles
su pedrería samaritana de lunas.
Danza conjurando la blasfemia y el arrebato
y un trueno retiembla en las ansiedades.

     Afuera la noche se desliza como mariposa
     en los tejados;
     sueña que fornica con el mar
     mientras la arroba la inocencia del cristal.

Cerca de la plazuela donde el sereno aluza 
con su jorobada abulia yace adormecida una granada
aún joven y ya desgranada; espasmo de unas balas
festín bárbaro de otro tiempo, aún nuestro tiempo.
Descorche al vidrio ajado en sangre
impudicia de negar un beso,
apelando a la espada o al funeral.
No entristece la tristeza; ya son muchas las ausencias          
y la sarabanda como bofetada al blasfemo
seduce con sus guiños y sus jiros el paso del tiempo.
Un rebaño de castañuelas negras se desmoronan del cielo
hasta la sangre vertida de una mujer en otro tiempo adorable
Castañas extraídas al delirio del fuego
leyenda tatuada en la piel del viento.
En un callejón de cristales negros una ausencia fué desaparecida,
dicen los juglares que renacería transformada en poesía para en
algún tiempo después
florecer en su misma sepultura.
Todos han llorado la muerte del poeta,
por eso están congregados, ebrios de optimismo,
ante la desdentada pradera de lo irremediable.
Todos están con la mirada tristemente feliz
observan el sepulcro y un madero grabado a cuchillo
en la precisa hora que la pena deambula en los sueños.
La sarabanda fiel a su estirpe gitana
venera al olvido para que nunca se olvide.
Todos aquí invocan a la risa
palmotean y espantan las sombras con las manos
mientras se redoblan los brios por atrapar
a la noche que vaga afuera.

Waldo López (c) 1994


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